El jarrón dorado
– Era pesada su maleta, señora – señaló el remisero entre risas. – En verdad lo era – añadió Enrique. – Ya saben, herramientas de trabajo y esas cosas – me excusé. Quién notaría que una mujer elegante fuera capaz de portar semejante bártulo a escondidas de su marido. Menos mal que su vocación la ayudaba a no levantar sospechas. Juana trabajaba decorando casas, por lo que transportar pesadas piezas decorativas era moneda corriente. Sus bolsos podían contener desde un espejo de mano hasta floreros de cerámica o el cuadro de algún artista conocido. Aquella chispa por reconstruir espacios, se había encendido en ella cuando era tan solo una adolescente. Durante un verano decidió ayudar a su prima con la mudanza y el resultado final fue mucho mejor del esperado. Todos los visitantes de la casona elogiaban lo bien que había quedado el salón de Elsa con ese estilo nuevo que tenía un aire a importado desde lejos. Todo fue obra de Juanita, alardeaba su prima una y otra vez. – Deberías dedicarte ...