Veredas amarillas


Domingo por la tarde en Chacarita.

Bajé del colectivo como quien se deja caer en un tobogán hacia su próximo destino. En la esquina del Imperio había un hombre tratando de subir el pequeño escalón amarillo que lo separaba de caminar sobre la vereda. Miraba fijamente ese cordón como si de una gran muralla se tratase. Y yo, desde mi andar, lo miraba fijamente a él como si me llamara a gritos mudos. Me acerqué y en lo que desde afuera pudo sentirse como un minuto fugaz, viví un encuentro que me descolocó por completo.

Me paré a su lado. Igual que él, con el inmenso y pequeño escalón delante:
- ¿Necesita ayuda?
- Un poquito - respondió él.

Extendí el brazo y rodeé su cintura. Él, por su parte, tomó mi brazo con firmeza. De a poquito movió sus piernas. Pude ver en su rostro el dolor que eso le producía. Finalmente pudo subir a la vereda. Agradeció y seguí mi camino.

A la cuadra pensé que colgué en preguntarle su nombre o ayudarlo quizás con comida o un remedio. También recordé el calor que desprendía él y sus ropas, así como su olor, su piel erosionada por la falta de higiene y sus ojos pequeños y azules.

Llegué a merendar con mamá y fuimos a la reunión de domingo en la iglesia. Al volver, en la misma calle y en la misma esquina, vi a otro señor tratando de cruzar y subir a la misma vereda que el hombre de la tarde.

Me paré a su lado. Igual que él, con el largo y corto tramo delante:
- ¿Quiere que lo ayude?
- Sí, por favor
- ¿Cómo se llama?
- Yo no me llamo. Los demás me llaman Carlos.
- Bueno Carlos, vamos que llegamos.

Al llegar finalizó con un "Qué gentil. Que Dios te bendiga en todo lo que hagas"
- Igualmente - respondí y me fui a tomar el colectivo de regreso a Devoto.

Dos personas individuales con un problema en común, su salud y los años. Diferentes en posición económica pero ambos queriendo llegar a la vereda de enfrente. Los dos osados y valientes en ir solos, pero los dos aceptaron la ayuda que necesitaban.

Lo vi como una segunda oportunidad donde soltar más diálogo y risas. Donde ya no había apuro ni mala gana. Vi que somos individuos pero que avanzamos mejor si estamos juntos y que la historia se repite. Que puedo caminar para no perder el ritmo de la rutina o detenerme con lo que merece la pena.

Cinco horas antes había sacado esta foto mientras esperaba el colectivo que me llevaría hasta el lugar de las veredas poderosas:


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