Legado de hierro
(*El chico que lee es Martiño Rivas, un actor español. Está "falando" poesía en gallego, su idioma natal.)
El idioma oficial de España es el Español o Castellano, dentro del mismo país conviven otros tres idiomas: Euskera, Gallego y Catalán. Digo idiomas y no dialectos porque no se tratan de una derivación de la lengua oficial, sino que directamente provienen del latín romance al igual que el Español (a excepción del Euskera, cuya raíz se desconoce por ser tan antigua). Son idiomas pares, con abecedario completo, con reglas de sintaxis, acentuación y puntuación propias así como historias propias.
Uno de esos idiomas pares abrazó a mis abuelos en Galicia. Hombres y mujeres de campo en Orense. Herreros con carácter de hierro, generación tras generación, escucharon a las personas del pueblo hablarles más en gallego que en español. Grandes bailadores de "jota" y amantes del pescado, no conocían mejor medicina que una buena cazuela de "la mai". Tiempos del vestido azul marino con lunares blancos y los zapatos de charol. Días de parroquia del pueblo que, a su vez, era escuela, iglesia, ayuntamiento y lo que se precisara que fuese. Rivalidad contra el pueblo del otro lado del "Ponte Cigarrosa", obvio. El lago resguardaba a los habitantes de Petín inmersos en su micro mundo. Los primos más cercanos, en Valdeorras. El horizonte era marcado por las grandes montañas.




Mis abuelos decían que:
"No tempo aquil
cando os animales falaban,
decir libertá non era triste,
decir verdá era coma un río,
decir amor, decir amigo,
era igual que nomear a primavera.
Ninguén sabía dos aldraxes."
Su lado de la historia cuenta que post guerra civil la persecución llegó hasta todo aquel que había colaborado con el caudillo. El padre herrero estaba en la mira. Siguiendo el anhelo de un futuro mejor, aceptó el viaje a través del océano y llevó a su familia a esta Argentina que recibía a todos.
Mis abuelos crecieron en la joven capital porteña. Con el tiempo, llegó la generación de mi papá y luego la mía, perpetuando así el sobrenombre de "galleguitos" dado por los vecinos tiempo atrás. Pero el idioma de las montañas se guardó tanto en los corazones de mis iaios que los que les seguimos nunca pudimos hablarlo ni entender el mundo como sus ojos lo habían hecho.
Cuando yo tenía 5 años, volvimos a España. Esta vez, los adultos eligieron una nueva localidad. Nos mudamos la tierra donde el clima es cálido y los únicos árboles que se animan a crecer son palmeras. Allí abunda la horchata valenciana y no hace falta pelearse por un lago porque la costa mediterránea es tan extensa que los vecinos del otro lado hablan árabe y viven en Argel.
En Alicante aprendí otro idioma tan importante como el oficial, el valenciano, una derivación del Catalán (aunque si alguien valenciano me escucha decir eso se enfadaría). Sin querer cambiamos la cazuela por la paella y la jota por la rumba flamenca. Y en mi interior creció un profundo amor por este nuevo idioma que se metía hasta en mis sueños, me agarraba por sorpresa en mitad de una charla y dirigía mis palabras cuando hablaba con mis primos.




Ahora, yo puedo decir que:
Ni blau ni vermell,
Hi ha un llegat de nou
que també té a veure amb ferrers
però dels que forgen els cors.
Una nova forma de pensar-se
viure, plorar i riure.
Però aquesta arriba
amb la llum de les fogueres.


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