Vuelven a sonar sirenas

La distancia pelea por hacerse costumbre. Siempre tengo ventanas abiertas en la notebook pero las de casa están cerradas porque hace frío. Hace dos días volví a escuchar a las imponentes sirenas. Reaparecieron. Puedo oírlas cantar a diario. Su presencia significa ausencia, caída o desaparecer. Es imposible tapar su sonido. Ahora el único Ulises que queda en pie es mi abuelo materno y ruego que no tenga que enfrentarse con ninguna.

Cuando las escucho, una corriente de nervios sube por mi cervical y la deja dura como piedra. El ojo tamborilero se suma a la fiesta de la preocupación. Me cansé del covid, ¿se puede decir?

Desde mayo dejamos de consumir noticieros en casa. Estamos en un proceso profundo de desintoxicación de noticias. Pero igual hay que desinfectarse a diario, ¿vieron? Los expertos aconsejan lavarse el cerebro durante un minuto después de usar las redes sociales. Como uso esas redes a diario, me encuentro en la etapa más higiénica de mi vida, cerebralmente hablando.

¿Qué hacer dentro de lo que se puede para que cambie lo que parece que no se puede? 

Bueno, pues encontré a un amigo que puede con todo. Decidí dibujar su nombre en un cartel junto con algunas palabras de esperanza.

Hoy mi hermano me ayudó a colocar ese cartel en el balcón del departamento. La idea es que todos lo vean y sean sorprendidos con lo que pueda llegar a ocurrir. Ahí se termina mi libreto. 

Le sigo temiendo a las sirenas, no les voy a mentir. Pero ahora, cuando las escucho y miro hacia afuera, mis ojos se topan con el cartel antes que con la calle. Eso me recuerda que aunque suenen sonidos de caos, existe una paz mucho más poderosa. 











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