Bienvenido Onetti

En el marco de un buen relato pueden pasar muchas cosas. Es como cuando ves una película y te quedas pensando en el dueño del café donde desayunaron los protagonistas o en aquél pueblo que visitaron durante un fin de semana. Es como la vida de la galletita en Shrek; no es determinante para la película, pero te emociona. No conozco otro personaje secundario que haya ganado tanto lugar en los corazones de la audiencia como esa galletita. Estas historias se desprenden de la historia principal, pero pueden ser trascendentales si se les presta la atención que merecen.

Lo que van a leer aquí es la historia de una historia, la vertiente conocida de un río desconocido. Una suerte de meta-relato que empieza así:

Son situaciones a las que dices que sí porque te lo propuso la amiga de una amiga. No podía creer que estuviese atravesando la capital federal por un favor y unos pesos. Así, apurada como puede estar cualquiera en pleno microcentro al mediodía, llegué a la agencia de comunicación a grabar audios para una empresa china. Necesitaban muestras de acentos españoles por lo que accedí con gusto. El problema era que a mí no me tocaba ir hoy, sino que me llamaron de urgencia porque faltó alguien y necesitaban rellenar ese hueco de alguna forma. Por la mañana recibí la llamada desesperada de la amiga de mi amiga, quien me convenció y fui a conversar con un extraño durante tres horas. 

Aún aturdida por el calor del viaje, me encontré a mí misma en una sala de reuniones con un desconocido supuestamente español y dos chicos que nos daban instrucciones, uno de ellos era colombiano y el otro de origen chino. Esa mezcla cultural era digna de una sesión de la ONU. El chico colombiano me ofreció un café que trajo sin azúcar, mientras que el joven chino nos explicaba cómo grabar nuestras voces en una app que nunca antes había visto. Yo solo entendía que el café era muy feo y que el chino me caía bien porque tenía el pelo como Leo Messi en el meme de messirve.

Un libro apoyado en la mesa llamó mi atención. Había leído el nombre de ese autor en otro lugar que no podía recordar. El sujeto español interrumpió mis pensamientos cuando me preguntó:

- ¿De dónde eres?  

- De Alicante  - respondí.

- Anda, - sus ojos se abrieron de golpe  - yo soy de Castellón.

El mapa de la Comunitat Valenciana apareció en mi cabeza como uno de esos paneles que usan en la TV para pronosticar el clima. Pude ver mi región conformada, de arriba hacia abajo, por Castellón, Valencia y Alicante. Eso solo podía significar que...

- ¿Tu parles..? - volvió a interrumpir mis pensamientos.

- Sí, desde petita - me apresuré a decir. Increíble. - ¿Cómo te llamas?

- Bolap  - respondió.

Bolap de Castellón aquí en Buenos Aires. Tenía tan poco sentido como yo en el país. Decidimos no preguntarnos nada más para no matar la espontaneidad que necesitaríamos en las horas que teníamos por delante. 

Nos dieron dos teléfonos con el extravagante sistema de audio instalado y cada uno entró a una pequeña sala recubierta de material aislante. Llevé conmigo el horrible café y me senté en esa minúscula habitación. Tras dar un sorbo noté que si lo bebía rápido, capaz el sabor de la bebida se haría más pasable. En dos minutos empezaríamos, así que me concentré. Recapitulemos, como dice mi abuela. ¿Qué sabía de él? Parecía tener más años que yo pero no debía pasar los treinta. Hablaba valenciano y estaba casado en Argentina por civil ya que tenía una sola alianza. También leía a ese autor de nombre extraño. 

- Bien ahí esas habilidades de espía - me dije a mí misma. Me causaba mucha gracia toda la situación.

La jornada de grabación consistía en conversaciones espontáneas sobre siete tópicos distintos. El primero de ellos era "Comidas", según el guión. No entendí porqué pero yo debía empezar todas las conversaciones. Arrancamos. Inventé el contexto de que iría a visitar Castellón para pedirle referencias de restaurantes en su zona. 

Simplemente fluyó. Hablamos de cremas catalanas, paellas, arroz a banda y horchatas. Estaba del lado de la tortilla sin cebolla, así que no podía considerarlo un enemigo. ¿Amigo quizás? Al cabo de un rato estábamos los dos riéndonos sobre cómo nuestras respectivas madres nos alimentaron con cantidades excesivas de San Jacobos. 

Los minutos pasaron volando porque hablar con él era como viajar en avión. Una vez que despegamos, las palabras se mantenían solas en el aire como si no pesasen nada. Tema tras tema nos dejamos conocer. Sorpresivamente descubrí que éramos muy parecidos. 

Conversamos sobre nuestros estudios, él periodismo y yo comunicación. Ambos nos dedicamos a la redacción pero quisiéramos terminar nuestros días en la docencia secundaria o universitaria en Europa. Si eres de humanidades te llevas instantáneamente bien con alguien que entiende lo que es que todos te digan que no vas a ganar dinero con lo que haces. Él no fue la excepción. Giramos sobre la idea de que pronto aparecerán nuevas carreras y que las próximas generaciones tendrán un abanico digital mucho más grande para elegir.

Luego dialogamos sobre los amigos. Fue como hablar con un espejo que sabe lo que se siente dejar amigos al otro lado del atlántico. Recordamos que los echamos de menos a todos y que duele aceptar que la comunicación se va espaciando con cada año que pasamos en este lado del mundo. Me habló de su mujer y me contó que decidieron transmitir su boda en vivo para aquellos que celebran gritando ¡Ole! u ¡Ostie!

Los siguientes temas fueron los libros y las series. Estaba en mi salsa. Me contó que escribió un libro sobre fútbol y apreciamos a dos de mis autores preferidos con la misma tendencia, Galeano y Sacheri. A este último ambos lo pudimos conocer en persona. Libro va, libro viene. Dijimos lo difícil que es dejar un país y elegir qué libros te llevas al nuevo capítulo de tu vida. Me mencionó el libro que estaba leyendo, aquél que yo había visto sobre la mesa de la sala de reuniones. Era de Onetti. Ahí pude recordar. Lo había visto innumerables veces en escritos de Julio Cortázar, a quien amo.

En el mundo de las series analizamos toda la trama de Gambito de dama, The Crown y Juego de Tronos. Festejamos la presencia de la ficción en la vida humana y lo que extrañamos ir al cine. Confesé mi tendencia a faltar a la facultad una vez por trimestre para escaparme al cine con alguna amiga.

Seguimos con deportes y conté mi gran anécdota del dualismo karateka/bailarina al que me expuso mi padre cuando era niña. Que llegué a cinturón marrón y cuánto precisaba el baile en mi vida. Él resultó ser un as del ajedrez y del ping pong. A tal punto fue bueno en el tenis de mesa que salió campeón en ligas nacionales españolas. Reímos sobre la absurda posibilidad, siempre presente, de retomar esos caminos.

El tópico de viajes fue el más sencillo. Básicamente porque crecimos en lugares bellísimos de la península ibérica. Lo más bonito de nuestras ciudades salió a la luz. El aroma a sal en las calles, las playitas con aguas cristalinas, los arrecifes de coral, las montañas, los castillos y los nacimientos de los ríos. Le conté mi experiencia en las cuevas de estalactitas y estalagmitas cerca del río Vinalopó. - Crecí viendo esas cuevas - fue la respuesta que obtuve.

Por último, trabajos. Lo que somos, lo que queremos ser, los lugares donde nos gustaría vivir y lo que hubiésemos sido en una realidad profesional paralela. Si dejas de aprender dejas de existir, como dice Echeverría. Adictos al aprendizaje, seguimos viviendo para ser mejores que nuestro "yo" de ayer.

Cuando terminamos de grabar festejamos con vasitos descartables llenos de agua y le dije que sentía que era mi amigo. Creo que ya lo somos - me correspondió él. Qué vivencia más original. Alguien faltó a una grabación y la vida quiso que yo asistiera a ese estudio en microcentro para descubrir a un gran colega en solo una mañana. Lo que al principio serían tres horas de conversación con un extraño acabaron convirtiéndose en diálogos donde pude poner en palabras partes de mí que no habían visto la luz en mucho tiempo.

Salimos del estudio y me pidió el número para invitarme algún día a la casa a conocer a su esposa y hablar sobre España. Ambos tienen solo unos pocos años más que yo. 

- ¿Cómo te agendo? Natalia...qué.

- Mussol, con doble ese.

- ¿Búho? - preguntó él.

No podía creerlo. ¡Lo entendía!

- Firmo así todo lo que hago - respondí.

- Es un gran apellido - opinó.

Bolap de Castellón. No hacía falta explicarle nada, porque me entendía y yo lo entendía. Era como hablar con un espejo o un hermano. Todo en él me resultaba familiar. No recuerdo su apellido, pero conocí parte su alma.

El tiempo decidió comprimirse con el fin de mostrarme inmensidades en tres horas.

Nos despedimos en la puerta y cada cual volvió a su vida. Yo regresé a la historia central de mi día. Al río causante de este episodio.

Durante el viaje hacia mi siguiente parada pude pensar con un poquito más de claridad. Así fue como recordé la relación entre Cortázar y Onetti. Cada quien admiraba las obras del otro y se escribían cartas. A raíz de ese ida y vuelta literario se hicieron amigos. Creo que supieron entender el propósito por el cual coincidieron en espacio y en tiempo. En las obras de Cortázar se encuentran citas a Onetti y viceversa. 

Un libro sobre la mesa siempre será una buena señal. Es un gran inicio para una historia dentro de otra historia.

Quizás algún día me cruce de nuevo al inesperado colega.

De momento, bienvenido Onetti.




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