Borradores

Este año estoy escribiendo mucho, pero no aquí. Este año estoy aprendiendo a partirme, que es la parte oculta del decir. Y está bien. 

Todos esos borradores, todas las canciones, los poemas, los dibujos de alegrías o de penas. Aquellas letras que aún corren por mis venas. Nadie sabe si caerán a un papel para convertirse en un texto que te llegue. Juego con tantas posibilidades... Por primera vez no lo pienso, no planeo. Y está bien.

Demasiada transferencia me nubló la transparencia. Las nubes opacaron el adentro mucho tiempo. Las lluvias anegaron los riachuelos. Carecía de sentido hasta lo eterno.

Pero salió la vida como orquestada por el ritmo de la tormenta y entre los seres que colmaron mis jardines, resurgió, como héroe que vuelve de la guerra, la verdad. La avisté mientras observaba al resto de las especies beber agua del río. La tarde se volvió gris, pero los animales estaban contentos con su regreso. Apareció a alimentarse, a mostrarse e incluso a imponerse. Entendí que no tenía escapatoria.


– ¿Qué vas a hacer conmigo? – me enfrentó – ¿De nuevo vas a esconderme bajo tierra?

Vi su figura desnuda, completamente real, tan bella y horrible a la vez que me dejó paralizada. ¿Qué voy a hacer con todo esto? pensaba. Ni siquiera recordaba dónde la había escondido anteriormente. Hace tanto de eso...

– Ven – le dije –, charlemos.

Me acerqué y tomé su mano. Su tacto era cálido después de todo.

– No quiero que me tapes más – me decía.

Caminamos un poquito hasta la cabaña más cercana. Ella no lo notó, pero tan solo volver a sentirla cerca me conmovió. No todas las gotas de mi rostro venían de la lluvia.

Entramos y se sentó en un tronquito que uso a veces de banco. Le ofrecí un té y preparé ambas tazas. De pequeña luchaba contra ella porque le tenía miedo, pero ahora sabía que tenía razón. Durante años cometí el error de silenciarla, como el clima hizo hoy con el hermoso paisaje que nos rodeaba. Algo tenía que cambiar. Era el momento adecuado.

– Y bien - arranqué.

– Tengo tanto que contarte, pero primero respóndeme. ¿Por qué seguiste sin mí? Armaste un camino paralelo.

La vergüenza me arrasó. Sólo podía fijar la mirada en la taza llena que tenía entre las manos. Aún sin mirarla, notaba que sus ojos esperaban una respuesta que yo no lograba formular.

– No sé.

– La última vez me echaste al mar, ¿recuerdas?

– Sí, pero no lo saben.

Levanté la mirada y la observé. Es una criatura tan rara, su forma es semejante a una galleta o a una patata. En su piel hay puntitos como de chocolate. Si bien es "una bola de inseguridades" como la llamé en el episodio del naufragio, me pertenece. Así como es, con sus brazos de palito, su sombrero de ala ancha y sus botitas de charol. En su costado aún conservaba la marca del arpón que le lancé.

– ¿Entonces, querida? Me dijiste que íbamos a charlar pero no emites palabra. Si me vas a echar, hazlo ahora y me iré por mi cuenta. Prefiero eso antes que seguirte y ahogarme.

Me sentía culpable por ella, como en deuda. Sentía que la necesitaba de forma permanente, más allá de la estación tormentosa.

– Puedes volver a vivir aquí, en el bosque, con el resto. Quiero decirte cosas, pero de a poco. Me cuesta tratarte.

Sus ojos se abrieron felices. Festejó con lo que parecía un "¡hurra!" mientras golpeaba, a la vez, los zapatitos en la madera del suelo y la cuchara en la taza de té.

– La única condición que pongo es que hablemos a diario con un té de por medio, para amigarnos, y que me acompañes al afuera. Allá me haces falta.

– Sí, sí, lo que digas. ¡Estoy de vuelta! – movía sus brazos con un baile particular – Una vez me hice un recordatorio, ¡y funcionó! Estoy anonadada. ¿Quieres saber cómo decía? Era algo así, mira –  carraspeó – "Nota mental: insistirle mucho. Es terca." ¿No es genial? ¡Lo eres!

– En fin. Bébete eso que se te va a enfriar.

– ¡Era una broma! No sabes lo que me costó encontrar el río. Verás...


Como empecé contando, la verdad apareció con la tormenta, pues gracias a las fuertes lluvias, ella regresó. Aquél día nos quedamos hasta tarde hablando. En realidad, fue ella quien me contó las aventuras que vivió en este paréntesis de distancia que duró demasiado tiempo. Era divertida, audaz, un poco loca, dura a veces pero transparente. Tenía todo lo que se me estaba escapando.

Fue gracias a ella que aprendí a partirme, a amigarme con la parte oculta del decir.

Fue gracias a ella que estoy escribiendo tantos cuentos, canciones y poemas que guardo, de momento, en borradores.

Y está perfecto.

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