Sur
Estoy en casa, es de noche y no queda vino para aflojar la cuerda de la soltura; pero tengo un té y buenas vistas. Creo que con eso bastará para escribir algo lindo.
Vengo leyendo a grandes escritores últimamente. En cada lectura me encuentro con personas que supieron comunicar de forma excelente lo que sentían. No se guardaron nada. No jugaron a las escondidas con vos, que lees. Esas personas son mi inspiración porque, en medio de un mundo geométrico, dibujan garabatos que se salen de las líneas. Por mi parte, quiero lograr acercarme a eso.
Llevo meses sin escribir aquí porque estoy aprendiendo a hacer poesía. Es mi deseo que pronto puedas conocerla, pero ese no es el motivo por el que empecé a teclear hoy. Pintar por fuera de las líneas era. Volver a agarrar los gruesos crayones de colores con la mano cerrada en forma de puño para colorear desafiando los límites, como cuando era pequeña.
Hace poco tuve la oportunidad de viajar para seguir descubriendo este país hermoso que me hospeda. Si cierro los ojos, aún puedo ver el muelle destartalado de madera blanquecina sobre la playa de piedra. Solo se escucha el romper del agua contra la orilla del lago. Sobre su superficie cristalina, cientos de manchitas bailan un balls infinito que únicamente puede ser interrumpido por alguna corriente de viento imprevista. A mi lado está Guti, el perro guardián, negro azabache como se suele decir. Es un collie hermoso de trompa larga. Sus ojos son color miel. Donde vaya, él me sigue. A veces siento que entiende lo mismo que yo, creo que él también se asombra del paisaje que nos rodea. Levanto un poco la vista para apreciar la escarpada montaña que se ubica al frente, del otro lado del lago. Sus cumbres nevadas se imponen desafiantes en un día despejado, como hoy, porque no hay nubes que puedan cubrirlas.
Muevo los pies colgantes con el vaivén característico. Cuando una pierna avanza, la otra retrocede, y así. Tengo ambas manos apoyadas en la madera del muelle. Miro hacia abajo pero me mareo un poco, por lo que enderezo la espalda y respiro profundo. El aire que entra por mi garganta es frío; puedo notar cómo reposa en mis pulmones.
Cómo es que no vivo acá –le digo bajito a Guti.
De repente, las manchitas del lago se desdibujan de izquierda a derecha, similar a como luce la caída consecutiva de las fichas de un dominó. Entiendo que se aproxima un viento desde el oeste. No termino de pensarlo que ya lo siento. Sostengo el gorro de lana de mi cabeza con una mano para evitar que se vuele. Espero unos segundos hasta que aminora la ventisca, me abrocho la campera hasta arriba y escondo el rostro en el cuello del abrigo.
Creo que voy a entrar, Guti. Hace mucho frío acá –aviso.
El animal lee mi intención corporal y se incorpora mientras yo hago lo mismo. Recojo el libro y la lapicera. Toco el bolsillo izquierdo del jogging para confirmar que no me olvido el celular. Ando despacio sobre el destartalado muelle, cuidando los pasos, ya que tiene un desnivel en un lado. Subo los tres escalones que me separan del césped y me adentro en el camino que conduce hacia la cabaña.
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¿Dibujé bien? ¿Viajaste a gusto a ese lugar soñado?
Hoy no estoy cerca del paisaje que leíste y vos tampoco. Mi vista, al igual que el clima, es otro. Traté de llevarte conmigo a un recuerdo. Espero haberlo conseguido aunque sea un poquito porque gasté gran parte de los crayones azules. Pero bueno, era necesario para crear la magia de este texto. No me arrepiento.
Con el fin de satisfacer tu imaginación sedienta de certezas, sumo una imagen del sur que cautivó mi corazón.
Es un gusto volver a tener algo para contarte.

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