Trencada

¿Qué hay acá adentro? Hay esperanza mezclada con recelos. Hay demasiados recuerdos.

Oigo al mar romper contra las piedras escarpadas de la distancia. Cuando las cosas se acercan siempre se allanan. Vive en mí una gran necesidad de que se allanen de nuevo los caminos que me conducían hacia tus orillas. Que vuelvas a ser la desembocadura de mis andares. El final de mi peregrinación. La consolidación del aroma en el ambiente. El lugar hacia donde me dirijo por fuerza natural y gravitacional. Te echo tanto de menos, mar mío.

Hoy habitas en un recoveco de mi memoria. Es esa habitación donde sólo puedo entrar descalza, sin hacer casi ruido y cerrando la puerta al ingresar. 

¿Quién te siente como yo? ¿Quién más puede decir, en este hemisferio del mundo, que disfrutó tus madrugadas con amigos? 

Quiero irme de un lugar que no quiere que me vaya. ¿Qué habrá acá adentro? No me puedo despegar de esta ciudad furiosa. Ni siquiera comparto con ella el inconsciente colectivo que todos juran recordar. ¿Se me perdió algo por algún lado entre estos barrios?

Hoy me preguntaron de nuevo qué busco queriendo recorrerte y respondí dos palabras:

Morir y empezar.

Morir a tu ilusión constante que me promete una bienvenida que percibo incierta. Sos como un padre a quien ir a mostrarle un sobresaliente, ciudad mía. El anís de tus bebidas te caracteriza. ¿Ir allá es volver? ¿Hacia dónde se regresa? Sea como sea, se llega a morir a lo anterior. Se le pone un punto al presente para que el recuerdo no se asome a mirar por ventanales que no le incumben. Pero entiendo que, aunque muriesen mis lágrimas sobre tu arena, no te escaparás jamás de esta mano que se presta a dibujar las siluetas del Benacantil.

Por otro lado, empezar algo nuevo. Darle al punto y final un segundo se solemnidad para convertirlo luego en un punto y aparte. Seguiremos escribiendo nuevas aventuras, países, ciudades con costas o sin ellas, aires buenos o turbulentos. Nada se sabe. Esa es la gracia de escribir inspirada por la continuidad del tiempo. Una no conoce el guión de antemano.

Ya llegaremos al momento donde otro pronuncie delante de mí alguna palabra que contenga una letra rota, trencada. Y sonreiré. Así sabrás que estoy en tus dominios.

Mientras tanto, pues aquí dentro hay varias cosas. Escalones con nombre pegados en la pared frente a mi escritorio. Algunos los llaman metas. Yo carezco de ellas porque, ¿quién va a decirme cuándo dejar de volar? Por eso prefiero decirles rumbo. Y ahí, como el último rumbo en lo que una joven puede atisbar a soñar desde su cuarto, estás tú.





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