Vale de Valentín
La botella de jugo de manzana en sobre le daba el toque a la escena. Bebía un sorbo cada tanto, cuando se cansaba de mirar fijamente al cuarto de luna creciente más grande que hubiese visto. Brillaba tanto esa luna que hasta podía distinguir las manchas negras de la superficie. Bajo esa lámpara en el cielo fue que decidió acostarse sobre el suelo de su terraza. La campera de pana
abrochada hasta el cuello convivía con sus pies descalzos en ese momento tan fuera de tiempo y lugar.
Desde que se mudó al piso siete se siente más en las nubes que en suelo. La bajada diaria en el ascensor se convirtió en una bajada a la realidad insuperable de filas y paradigmas, de semáforos y semiosis.
Pero hay momentos donde el mismo cielo parecía distanciarse y ante esto ella no se podía despegar del suelo, como hoy. Trató de contar las estrellas y no pudo. Eso le agradó porque significaba abundancia. Era una señal de saber que no todo es medible o comprensible. Era una señal para aceptar que todo no se puede controlar.
Estaba feliz de saber que de todas maneras, hiciese lo que hiciese, no podía inventar otra escena para mirar. No tenía escapatoria. Era ella tirada en el suelo mirando la luna y bebiendo jugo de manzana tratando de no volcarse. Sencillamente el mejor final para un día de caca. Le recordó su valor.
Ante este recuerdo de identidad escribió:
"Una vida vale lo que un sol. Lo que una estrella o una luna creciente con mucho brillo y manchas negras.
Vale por ser única. Vale por tener sueños y metas, historias y recuerdos. Vale por el envase de su cuerpo y por la potencia de su sentimientos. Vale por las risas y los llantos. Vale por lo público y lo privado. Vale por la rutina y lo extraordinario. Vale por sus ideas. Vale por lo que es.
Simplemente vale, haya o no algún valentín a mediados de Febrero"
abrochada hasta el cuello convivía con sus pies descalzos en ese momento tan fuera de tiempo y lugar.
Desde que se mudó al piso siete se siente más en las nubes que en suelo. La bajada diaria en el ascensor se convirtió en una bajada a la realidad insuperable de filas y paradigmas, de semáforos y semiosis.
Pero hay momentos donde el mismo cielo parecía distanciarse y ante esto ella no se podía despegar del suelo, como hoy. Trató de contar las estrellas y no pudo. Eso le agradó porque significaba abundancia. Era una señal de saber que no todo es medible o comprensible. Era una señal para aceptar que todo no se puede controlar.
Estaba feliz de saber que de todas maneras, hiciese lo que hiciese, no podía inventar otra escena para mirar. No tenía escapatoria. Era ella tirada en el suelo mirando la luna y bebiendo jugo de manzana tratando de no volcarse. Sencillamente el mejor final para un día de caca. Le recordó su valor.
Ante este recuerdo de identidad escribió:
"Una vida vale lo que un sol. Lo que una estrella o una luna creciente con mucho brillo y manchas negras.
Vale por ser única. Vale por tener sueños y metas, historias y recuerdos. Vale por el envase de su cuerpo y por la potencia de su sentimientos. Vale por las risas y los llantos. Vale por lo público y lo privado. Vale por la rutina y lo extraordinario. Vale por sus ideas. Vale por lo que es.
Simplemente vale, haya o no algún valentín a mediados de Febrero"
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